Tiyoweh o la quietud, es un estado elevado de conciencia en
plan buen rollito al que llegaban los indios nativos americanos hopis a través de la meditación en contacto con la Naturaleza sin
necesidad de ningún manual de autoayuda. También eran fieros guerreros que no dejaban prisioneros entre sus rivales, los navajos. Mejor prescindamos de esa parte para no
cargar esta entrada de energía negativa... Por cierto, hoy esa tribu gestiona un complejo hotelero.
Este multicentro del barrio de Huertas
dispone de ecotienda, talleres y un restaurante de cocina creativa vegetariana. El ambiente es agradable, íntimo y relajado, tanto es así
que en alguna ocasión, en especial cuando hay jarana, hacen sonar una
campanilla para demandar silencio. Avisados estáis, no es un buen lugar para
despedidas de solteros… Su menú del día es todo un descubrimiento: comida
casera, saludable, bien preparada y mejor presentada. Primero, segundo, postre
y bebida por sólo diez euros.
Delicioso hummus de remolacha en Tiyoweh
Tarjeta de La Quietud Tiyoweh
Calle San Pedro, 22
28014 Madrid
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Actualización 15/09/2015
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Actualización 15/09/2015
Malas noticias. Tiyoweh ha cambiado y no a mejor…
Su genial menú del día y su sugerente carta han sido sustituidos por un “plato
creativo con ingredientes frescos y mucho amor” por diez euros que entre semana
al mediodía incluye además bebida y postre. Pero hay una novedad inaudita: este
plato es secreto. Bajo la excusa de que confiando en los demás alimentas
también tu espíritu no te desvelan el plato del día hasta que está sobre tu
mesa convirtiendo esta experiencia en acto de fe. Si son las cuatro de la tarde
además una campana interrumpe la comida para que alcances el tiyoweh… meditando
entre bocado y bocado.
El día en que probé el nuevo menú mi sorpresa estuvo asegurada: la cantidad
escasísima y su formato el de un plato combinado. Constaba de una minihamburguesa
de arroz y lentejas (que más bien parecía un vaso de arroz para acompañamiento
pero más elaborado), minicrema de calabacín (que no sabía a calabacín),
miniensalada (nada más que añadir) y cuatro patatas con alioli (que no eran
mejores que las de cualquier tasca). Como me quedé con hambre y no estaba
dispuesto a pagar otra vez por otro plato igual decidí acabar la cena en un bar
próximo, menos vegetariano pero sí más contundente.
Peor que la comida (que otro día confío que pueda ser mejor) es el discutible
concepto de confianza porque sí. A ciegas acepto regalos pero siempre que pago
quiero saber que recibiré a cambio. Desconozco cuantos comensales tras sonar la
campana a las cuatro de la tarde alcanzan el tiyoweh (con el estómago vacío a
esas horas alguno verá hasta a la Princesa Leia Vegana blandiendo un pepino láser)
pero mí experiencia fue más próxima al “timoweh” y lo más importante, aprendí a
desconfiar de este tipo de propuestas.
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