miércoles, 23 de abril de 2014

La Quietud Tiyoweh (Madrid)

Tiyoweh o la quietud, es un estado elevado de conciencia en plan buen rollito al que llegaban los indios nativos americanos hopis a través de la meditación en contacto con la Naturaleza sin necesidad de ningún manual de autoayuda. También eran fieros guerreros que no dejaban prisioneros entre sus rivales, los navajos. Mejor prescindamos de esa parte para no cargar esta entrada de energía negativa... Por cierto, hoy esa tribu gestiona un complejo hotelero.

Este multicentro del barrio de Huertas dispone de ecotienda, talleres y un restaurante de cocina creativa vegetariana. El ambiente es agradable, íntimo y relajado, tanto es así que en alguna ocasión, en especial cuando hay jarana, hacen sonar una campanilla para demandar silencio. Avisados estáis, no es un buen lugar para despedidas de solteros… Su menú del día es todo un descubrimiento: comida casera, saludable, bien preparada y mejor presentada. Primero, segundo, postre y bebida por sólo diez euros.

Delicioso hummus de remolacha en Tiyoweh
 
Entrada por la calle San Pedro
 
Tarjeta de La Quietud Tiyoweh
 
Calle San Pedro, 22
28014 Madrid 

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Actualización 15/09/2015 



Malas noticias. Tiyoweh ha cambiado y no a mejor…

Su genial menú del día y su sugerente carta han sido sustituidos por un “plato creativo con ingredientes frescos y mucho amor” por diez euros que entre semana al mediodía incluye además bebida y postre. Pero hay una novedad inaudita: este plato es secreto. Bajo la excusa de que confiando en los demás alimentas también tu espíritu no te desvelan el plato del día hasta que está sobre tu mesa convirtiendo esta experiencia en acto de fe. Si son las cuatro de la tarde además una campana interrumpe la comida para que alcances el tiyoweh… meditando entre bocado y bocado.

El día en que probé el nuevo menú mi sorpresa estuvo asegurada: la cantidad escasísima y su formato el de un plato combinado. Constaba de una minihamburguesa de arroz y lentejas (que más bien parecía un vaso de arroz para acompañamiento pero más elaborado), minicrema de calabacín (que no sabía a calabacín), miniensalada (nada más que añadir) y cuatro patatas con alioli (que no eran mejores que las de cualquier tasca). Como me quedé con hambre y no estaba dispuesto a pagar otra vez por otro plato igual decidí acabar la cena en un bar próximo, menos vegetariano pero sí más contundente. 

Peor que la comida (que otro día confío que pueda ser mejor) es el discutible concepto de confianza porque sí. A ciegas acepto regalos pero siempre que pago quiero saber que recibiré a cambio. Desconozco cuantos comensales tras sonar la campana a las cuatro de la tarde alcanzan el tiyoweh (con el estómago vacío a esas horas alguno verá hasta a la Princesa Leia Vegana blandiendo un pepino láser) pero mí experiencia fue más próxima al “timoweh” y lo más importante, aprendí a desconfiar de este tipo de propuestas.

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