jueves, 19 de diciembre de 2019

Haciendo bueno a Calamardo

Muerto, rematado y emplatado (XIX)

Como todo buen “gato” soy aficionado a la fritanga. ¿A qué madrileño esta alternativa castiza a la comida rápida no le habrá sacado alguna vez de un buen apuro? Frente a la opción hamburguesa, si el hambre aprieta, dirígete a la freiduría más próxima, pide un bocadillo de calamares y en un plis sales comido y por el mismo precio perfumado si más tarde quedas con la parienta.

Y aunque creo interesante fomentar las bondades de tan tradicional manjar considero totalmente innecesario, por no decir contraproducente, la forma de publicitarlo que encontré en una freiduría cercana a la Plaza Mayor.
En la puerta de este establecimiento se erige un cefalópodo gigante con cabeza de bocadillo de cuya boca sobresalen aros de calamar rebozado, en una especie de orgía antropofágica en tres dimensiones tan inquietante como esos ojos saltones que coronan el conjunto y que te siguen amenazadores por toda la calle.
¿A qué mente perturbada se le ha podido ocurrir esta criatura marina híbrido del Cthulhu  de Lovecraft y un kraken?  No sé  cómo estarán esos bocadillos pero lo único que a mí me apetece cuando paso por esa calle huir despavorido de esta versión macabra de Bob Esponja pasado de anfetaminas.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Paella de arroz bomba

Muerto, rematado y emplatado (XVII)

El sábado 7 de noviembre de 1970 los trabajadores de la Junta de Energía Nuclear vertieron por error al alcantarillado madrileño 700 litros de sustancias radiactivas. El mayor accidente nuclear de la historia de España se produjo en víspera de domingo;  había por tanto que elegir entre activar el Plan de Emergencia Nuclear o respetar el convenio colectivo. Por supuesto optaron por lo segundo. Si Jesucristo y sus apóstoles honraron el domingo como día del reposo quienes eran ellos para contradecirles.

Cuando el lunes se volvió al trabajo, y a la realidad, la contaminación afectaba al Manzanares,  al Jarama y al Tajo hasta su desembocadura, con especial incidencia en la zona de las vegas madrileñas.  Esos sí durante años las fresitas de Aranjuez superaron en tamaño al fresón de Palos.

Casi cincuenta años después salgo de casa dispuesto a descubrir los restos en mi ciudad de aquel antológico cataclismo. Pero antes de llegar a mi destino mi contador Geiger con sello de garantía de Alibaba comienza a pitar enloquecido a la altura de la Plaza Mayor, más concretamente a la altura de un local de paellas regentado por unos insistentes paquistaníes que me conminan reiteradamente a entrar en su restaurante confundiendo mi estupor por el aspecto radioactivo de las judías verdes de la fotografía con un interés por degustar ese “arroz con cosas” digno de la cafetería de la central nuclear de Springfield.  No me tengo por un cobarde pero reconozco que hui despavorido pues aún no llevaba puesto ni el traje ni las gafas de protección.

Aún no lo tengo decidido pero creo que voy a dejar los próximos capítulos de Chernobyl para la semana que viene. 

 Esta paella es la bomba
"Todo me recuerda a Madrid"