martes, 24 de noviembre de 2020

La Rosa de Jericó (Valencia)

Déjame entrar (V)

A diferencia de otras personas que caen en una profunda depresión, para mí el último día de vacaciones no es un momento de bajón sino una experiencia excitante. Es la jornada elegida para comprar esas viandas de las que disfrutaré a mi regreso dejándome un buen recuerdo, no tan perdurable como el de las fotografías, pero sí mucho más delicioso. De esta selección de productos de la tierra también resultan beneficiados mis más allegados, entre ellos, mi señora madre que fue quien me inculcó el principio de que el mejor souvenir que puede traerse de un viaje es el que se guarda en nevera.

Si el destino es la conocida Valencia tengo para ese día una ruta preestablecida: los productos de temporada del Mercado Central, el chocolate en Trufas Martínez y, por supuesto, la repostería de La Rosa de Jericó. Estas exquisiteces permiten que durante los siguientes días tenga la sensación de no haberme ido del todo de la ciudad.

Como este año parece difícil repetir viaje a Valencia, o a cualquier otro sitio, no queda otra que recibir algunas de esas delicias en casa. Recurro a esa opción para disfrutar de mi pastelería valenciana de referencia. La ya mencionada La Rosa de Jericó. Los Jericó llevan en la profesión desde finales del siglo XIX y su coqueta tienda de L'Eixample es parada obligada antes de subir al tren. Encargo un panquemado, un bollo que me pirra, muy apreciado por su laboriosidad y cuyo secreto pasa por una buena fermentación, que seguramente dure más tiempo del que tardo yo en zampármelo.

Recibirás tu pedido en 24-48 horas de lunes a viernes con la posibilidad de elegir el día. Como los gastos de envío son 15,73 euros recomiendo aprovechar el pedido con otras delicias de la pastelería. En esta ocasión dulce de membrillo (que puedes acompañar de un queso Idiazábal ahumado para disfrutar del postre perfecto) y sus pasteles de batata (unas empanadillas dulces con un perfecto equilibrio entre masa y relleno). Dejo para otra ocasión su pastel milhojas (finísimo hojaldre con nata y crema que se deshace en la boca).

Solo falta una buena horchatita y unas fallas y como si estuviera merendando en Valencia.

Corte del panquemado
 
Panquemado de La Rosa de Jericó
 
Su elegante fachada
 
Carrer d´Hernán Cortés, 14
46004 Valencia

jueves, 19 de noviembre de 2020

Rosquillas Cristaleiro (Gondomar)

 Déjame entrar (IV)

No soy amigo de las ferias populares pero menos aún de comer en ellas. Un trauma no resuelto de cuando siendo joven colaboraba todos los veranos en una caseta de comidas en un distrito madrileño. Lo hacía en el turno diurno porque yo era uno de los pocos valientes que se ofrecían para trabajar a pleno sol. Una vez montada la caseta la noche anterior, la primera mañana había que recibir el material y el género. El orden de entrega era el contrario que establece cualquier norma de seguridad alimentaria: a primerísima hora los alimentos frescos, hacia el mediodía las neveras y al final de la tarde el Ayuntamiento enganchaba la luz. Para cuando comenzaban a enfriar las neveras, en su interior las salchichas habían tenido tiempo para elegir portavoz. El resultado de estas atrocidades es que en aquellas casetas de comidas había más posibilidades de premio que en la del “perrito piloto”. Para nuestra fortuna los síntomas de gastroenteritis agudas eran encubiertos por los excesos con el alcohol y la creencia popular de que en estos eventos se sirve garrafón (un mito urbano, por supuesto).

Recientemente una amiga me informó de que en ferias, verbenas y otras celebraciones de Galicia se venden unas rosquillas típicas llamadas Cristaleiro y que ahora podía adquirirlas online. Para salvar mi recelo a los artículos que se ofrecen en este tipo de celebraciones me aseguró que, a diferencia de las que sirven en la mayor parte de la capital por San Isidro, las gallegas son artesanas, especiales y únicas. Unas grandes desconocidas fuera de Galicia ya que hasta ahora sólo era posible comprarlas en fiestas, en el obrador donde las elaboran o en un puesto del mercado de Travesas. Ha tenido que llegar la nueva normalidad para que por pura supervivencia este dulce centenario, que los más viejos del lugar recuerdan en tenderetes asidos en alambres, haya dado el salto online. Desde este anómalo verano se pueden comprar en toda España y por lo que me cuentan estudian incluso la posibilidad de saltar a Europa. Aprovecho la coyuntura para hacer un pedido de un producto que en condiciones normales nunca hubiera llegado a mis manos.

El paquete me llegó por Correos y sin gastos de envío por superar el pedido la cantidad de nueve euros. En el interior encontré los tres productos que en estos momento ofertan para este servicio: las rosquillas blancas (las de siempre, también conocidas por las del “desayuno” o “para mojar en vino tinto”) están cubiertas por un baño de azúcar, anís y agua, son secas y poco dulces, muy del gusto castellano, con ese puntito a anís que me recuerda a los dulces que de pequeño compraban mis padres en nuestras salidas domingueras a Chinchón; las rosquillas de hojaldre (con un baño de azúcar, miel y agua) son extremadamente jugosas y las favoritas de los paladares más golosos, muy parecidas a los hojaldres de Astorga que compraba de niño cuando hacíamos parada en la maragatería camino al pueblo y finalmente, los trocitos de hojaldre, que vienen a ser como los recortes de masa de las anteriores, perfectas para añadir al tazón del café.

Cualquiera de las tres opciones permite saborear las fiestas gallegas sin salir de casa. La próxima vez buscaré a ver si consigo acompañarlo de una buena queimada.

Rosquillas y trocitos de hojaldre
 
Una de las blancas
 
Mi pedido de rosquillas

Pedidos Rosquillas Cristaleiro
Rúa Párroco Carlos Fernández, 2
36380 Gondomar (Pontevedra)

miércoles, 11 de noviembre de 2020

Gran Lechería - Casa Lucas

Madrid, Madrid, MadRIP... (VII)

No corren buenos tiempos para El Rastro. Los domingos no son lo mismo sin la vida del tradicional mercado. Algunos comerciantes temen maniobras del Ayuntamiento para sustituir el actual por otro más sofisticado, mucho más atractivo para el turista y que podría dejar atrás el castizo ambiente del actual, como sucedió con el Mercado de San Miguel y con tantos otros mercados en esta ciudad. El pretexto para el cambio es tan tramposo como confundir deliberadamente castizo con cutre, tradición con privilegios y carácter con obstinación. El día que especuladores y modernitos consigan esta transformación no sólo perderemos a chamarileros, ropavejeros, cacharreros y vendedores de cintas de los grandes éxitos del Tijeritas sino una parte irremplazable de la identidad de Madrid.

Hoy me fijo en un local que durante tantos años acompañó la vida de este mercado. Se trata del comercio la “Gran Lechería” en la tortuosa calle Carlos Arniches. Este local destaca por una bella fachada de Eduardo Casabellas, ceramista de la escuela sevillana que trabajó en un taller de Puente de Vallecas y del que había otra magnífica obra sita en el número treinta de la calle Ponzano, la “Huevería y Frutería Casa Moreno”, desaparecida en 1992 por culpa de una obra ilegal y con la anuencia del Ayuntamiento, tantas veces negligente a la hora de proteger nuestro patrimonio comercial. La composición de la “Gran Lechería” que, aunque mal conservada aún podemos disfrutar, representa escenas pastoriles acompañadas del rotundo rotulo “leche pura para niños y enfermos”, una afirmación nutricional incuestionable en aquella época. Los azulejos fueron restaurados hace cuatro años por un artesano de Oropesa pero su estado sigue siendo delicado.

Sabemos que la lechería estaba abierta en los años treinta por la posible datación de los azulejos pintados. El primer recuerdo fechado es de los años cincuenta cuando al frente había una robusta señora que vivía en la calle Carnero. Posteriormente, una pareja procedente de un pueblo se hizo cargo del local, aunque quien llevaba la lechería era ella porque el marido tenía otro oficio. Finalmente, en los sesenta llegó desde un pueblo de Ávila la familia que la regentó durante décadas. Compraban la leche en una vaquería de la calle Carnero con Carlos Arniches (hoy Restaurante AlliOlli). Vendían además huevos y conservas. A partir del mediodía el local se trasformaba en bar. Los hijos repartían leche (de vaca, claro está), vino, gaseosas y refrescos a domicilio en un carro cuadrado. Los domingos de mercado delante del local colocaban una tabla sobre cajas de bebidas y empapelaban la fachada cerámica con carteles que anunciaban litronas y bocatas que se podían consumir en el interior. En lo que coinciden todos los consultados es que los inquilinos nunca mostraron interés en proteger los azulejos. Con la jubilación del último miembro de la familia se cerró la historia de esta lechería, pero no la de su decoración a la que deseamos larga vida como reflejo de una época y de una forma de vida que forma parte de este barrio y de esta ciudad.

Las fuentes son los testimonios orales de vecinos del barrio. Un conglomerado de recuerdos, vivencias y rumores. Mi agradecimiento a todos ellos y en especial a Rosa y su madre, sin las cuales este artículo hubiera sido imposible.

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Gran Lechería - Casa Lucas
Calle de Carlos Arniches, 25
Barrio de Embajadores (Madrid)
28005 Madrid