viernes, 22 de julio de 2016

¡Qué pequeño es el mundo, y España ni te cuento!

Ocurrencias fuera de carta (XII) 

Entre Cádiz y Barcelona hay 1284 kilómetros. O lo que es lo mismo, diez horas en coche que agotarían a cualquiera no habituado a veranear en la Estación Espacial Internacional. El trayecto se reduce a unos pocos segundos sin necesidad de usar el colisionador de hadrones simplemente atravesando esta taberna del centro de Madrid, con una puerta en la calle Cádiz y otra por la calle de Barcelona.

Debido a esta singularidad del callejero madrileño el lema de este local es: “El más grande del mundo, si entras por Cádiz sales por Barcelona” que lo acompaña desde su fundación en 1943 y por el que es conocido entre los vecinos, mucho más que por su nombre propio: La Piconera. Impreso en sus primeros tiempos en un cartel exento, desde la última renovación hace dieciséis años el eslogan se encuentra visible en el chaflán del establecimiento.




Taberna La Piconera
Calle de Cádiz, 9 (esquina con Calle Barcelona)
28012 Madrid

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Actualización 14/08/2018


La taberna ha sido sustituida por otro local modernillo pero mantiendo el lema.



lunes, 18 de julio de 2016

Mercado de San Martín (San Sebastián/Donostia)

San Sebastián, Donostia o Easo está vinculada al número tres. Puede que la Real Sociedad no disponga de un tridente de delanteros como Madrid o Barça pero quien los quiere cuando tienes tres playas (Ondarreta, La Concha y Zurriola), tres montes (Igueldo, Urgull y Ulia) y tres puentes históricos (Zurriola, Santa Catalina y María Cristina) que podrían ser la envidia de cualquier ciudad. Y tres eran tres sus mercados tradicionales (La Bretxa, San Martín y Gros) pero por desgracia al contrario de lo que podría pensarse de una ciudad tan asociada al buen comer, los donostiarras no mimaron sus mercados tanto como sus hermosas playas, montes y puentes y los tres fueron víctimas de desafortunadas decisiones.

Nos ocupamos de La Bretxa en un post anterior y ahora es el momento del Mercado de San Martín. Obra del donostiarra José Goicoa Barkaiztegi fue inaugurado en 1884. Este arquitecto municipal fue autor además de las Escuelas Zuloaga, el Palacio de la Diputación, el Palacio de Miramar o el Cementerio Polloe y para su realización se inspiró en el Mercado Les Halles de Bayona combinando hierro con cristal como era costumbre entonces y sin cobrar comisión del tres por ciento como es costumbre ahora.

El edificio original fue derribado por el Ayuntamiento en 2003 y su lugar lo ocupa hoy una consrucción de aspecto aséptico que bien podría haber firmado Moneo, un discípulo suyo o cualquier otro arquitecto con aversión a la línea curva. Este nuevo edificio resulta tanto insustancial en su continente como en su contenido pues su selección de tiendas (Super Amara, Zara o FNAC)  lo convierten más en una centro comercial del montón que en un digno sucesor del viejo mercado de San Martín, que si hubiera sido rehabilitado con un criterio menos complaciente con los intereses de las grandes superficies podría haberse convertido en ese mercado de referencia que merece una ciudad con la posición gastronómica de Donostia y que tanto echamos hoy en falta.

Aún así el mercado merece una visita porque repartidos entre sus dos plantas sobreviven cual irreductibles galos una selección de puestos con excelentes productos. Destacan en las islas centrales los pequeños puestos de frutas, verduras, hortalizas y legumbres procedentes de los caseríos. Acelgas, tomates, alubias, zanahorias, kiwis, puerros y calabazas de Urnieta, Astigarraga o Hernani, algunos de cultivo ecológico. Así que si te vas de rebajas al Zara y aún te quedan manos entre tanta bolsa puedes llegar a casa con tres camisetas made in China y leche de oveja, requesón o cuajada casera made in País Vasco. Globalización y comercio de cercanía en un mismo edificio. 

 Puesto de verduras y hortalizas
 
Interior del Mercado de San Martín
 
Mercado de San Martín en San Sebastián
 
Urbieta Kalea, 9
20006 San Sebastián/Donostia

viernes, 8 de julio de 2016

Heladería La Ibense (Guadalajara)


Un buen amigo mío (que por razones obvias mantendré en el anonimato) asegura que entre los 8114 municipios de España tiene la mala suerte de poseer casa familiar en el único al que no le importaría no haber ido jamás. De hecho, podría crearse una asociación del tipo: “damnificados por veranear en el pueblo de tus padres”. Mientras una minoría con potra pasaba los veranos en casa de los abuelos en Luarca, Sóller o Cadaqués la mayoría repetían todos los años destino en áridos pueblos del interior sin playa, montaña o cualquier otro accidente geográfico donde guarecerse de la canícula o escapar del hastío.

En nuestra memoria esos niños, extranjeros en su propio pueblo, obligados por sus padres a salir con los atroces hijos de sus vecinos que solo por estar en la casa de al lado se tenían que convertir en los mejores amigos del mundo. Esos niños, hoy padres, preferirían enviar a sus hijos a un campamento de verano en Pionyang antes que a ese mismo pueblo donde ellos sufrieron los maratones familiares del Gran Prix como la mayor diversión del verano. En este triste grupo demográfico no se encuentran, en absoluto, los afortunados niños que pasan sus vacaciones en el municipio de Ibi.

Esta localidad alicantina representa al helado lo que Alboraya a la horchata o Jijona al turrón. Para cualquier niño sano veranear en un pueblo lleno de heladeros debe ser como tener barra libre en la Fábrica de chocolate de Willy Wonka sin los desafortunados efectos secundarios. Pueblo tradicionalmente emigrante, los heladeros ibenses están repartidos por todo el mundo. Si en cualquiera de tus viajes encuentras un rótulo comercial que ponga La Ibense puedes estar seguro que se trata de una heladería.

Uno de estos heladeros de Ibi fue Esteban Moltó que en 1910 llegó por primera vez cargado con su heladera a Guadalajara. Esteban,  que fue el primer heladero de la ciudad, tenía que desplazarse para conseguir hielo a un pozo de nieve hasta que en 1927 se abriera la primera fábrica de hielo en la ciudad. La heladera con el tiempo fue reemplazada por el carrito y el nombre de Los Valencianos, por el que eran conocidos, sustituido por La Flor de Valencia, en honor a sus queridas hijas.

Esta dulce historia tiene un trágico punto y aparte cuando Esteban cae en el frente de Teruel por “fuego amigo” durante la Guerra Civil. Su viuda se hace cargo del negocio, pero la difícil situación en la ciudad y la escasez hace que se traslade a Ibi de nuevo al calor de la nueva industria juguetera que despega con fuerza en la región alicantina, y abandona la venta de helados en 1945. Después de  un primer intento sin suerte en los ochenta habrá que esperar a julio de 1990 para el regreso de esta familia y de sus helados a Guadalajara, esta vez bajo el nombre de La Ibense con el que actualmente es conocida.

Hoy La Ibense es la única heladería artesana de Guadalajara. Sus helados, elaborados en el obrador situado en la misma tienda con productos naturales y sin insuflar aire (todo lo que comes es helado al 100 %) son los favoritos de los guadalajareños, en especial los de chocolate, que aquí se elabora con el cacao de la marca belga Valrhona. Su recién remozado establecimiento próximo al parque de la Concordia y a las piscinas municipales es parada obligatoria para todos aquellos aficionados al helado.

Pero, por supuesto, si nos ocupamos de esta heladería en esta sección es porque también elaboran horchata natural. La bebida, que por razones inexplicables que denotan cierta falta de criterio, cuenta con poca aceptación en la ciudad por lo que se elabora en pequeñas cantidades, durante el verano y generalmente solo los fines de semana de primavera, para priorizar la frescura y calidad del producto. Una excelente opción para soportar la exigente canícula de la capital alcarreña.

Esperemos la heladería pueda permanecer en la ciudad al menos otras tres generaciones.

Horchata de La Ibense
 
 Elaborando horchata en el obrador

El fundador de la heladería
 
Calle de San Roque, 26 
19002 Guadalajara 

Localización en mapa de las horchaterías y otros establecimientos que elaboran horchata natural incluidas en la sección ESPECIAL HORCHATA: Me chifla la chufa
 

lunes, 4 de julio de 2016

Mercado de Abastos (Guadalajara)

Este edificio de estilo historicista fue inaugurado en 1887 y es obra de Mariano Medarde de la Fuente, autor también de otro mercado tradicional, el gijonés Mercado del Sur del que nos ocuparemos próximamente. En todo este tiempo el mercado alcarreño se ha renovado en varias ocasiones, la última y muy polémica vez en 1998 cuando entre otras modificaciones se añadió la rampa acristalada exterior que comunica las tres plantas entre las que se distribuye unas dos docenas de comercios. En las dos primeras que cuentan acceso directo desde la calle se encuentran diferentes puestos y la última acoge el conocido como “mercado de hortelanos”.

Este  “mercado de hortelanos” es, quizás lo más interesante de este mercado. En él, agricultores de la provincia venden sus frutas, verduras y hortalizas además de una extraordinaria variedad de plantas para poder plantarlos en tu propia huerta (en el caso de que dispongas de una, o como mínimo de un pedazo de terraza donde te quepa algo más que un tiesto): pimientos, puerros, berenjenas, tomates, sandías o melón, entre otros. Su mayor actividad se concentra entre el puente de San José y mediados de junio. A estas alturas del verano todavía podrás encontrar coliflor, repollo y brócoli. Esta actividad esta en vías de desaparición ya que han pasado de los treinta puestos que llegó a tener a sólo tres. Apresúrate a visitarlo porque a menos que los adolescentes sustituyan la plantación de “maría” por cebolletas es muy probable que desaparezca en un futuro próximo.

La verdad es que lo primero que sorprende al entrar en el mercado es su estado de abandono. Solo ocho puestos sobreviven diseminados en las dos primeras plantas. Alguna frutería, carnicerías, variantes y poco más. De hecho, carece de pescadería. Bien es cierto que Guadalajara no es puerto de mar pero en un mercado de abastos municipal cabría pensar que podría encontrarse al menos un local donde el ciudadano medio que paga sus impuestos pudiera surtirse de su ración semanal de fósforo, omega 3 y mercurio pero no, la última pescadería que resistía se trasladó a un local cercano al mercado.

Interrogando a un comerciante que resiste inasequible al desaliento, éste me asegura que los políticos no tienen un plan para el mercado. Parece que el objetivo es invertir en unas buenas dosis de inmovilismo institucional y desidia municipal para dejarlo morir lentamente y que los tenderos de toda la vida desaparezcan progresivamente. De estas cenizas puede que renazca un impersonal súper de comida empaquetada en bandejas de poliespan y donde un sin fin de multinacionales puedan vender sus productos; o bien un gastromercado pijotero donde cubrir la necesidad de todo hijo de vecino de comer ostras con champán al medio día  o una buena hamburguesa de Kobe con cebolla confitada sobre mollete ecológico. Es decir, globalización o gentrificación; el susto o muerte del mercado tradicional español en este nuevo siglo. 

 Mercadillo popular frente al mercado

 Interior del Mercado de Abastos de Guadalajara
  
Puesto del mercado de los hortelanos
 
Mercado de Abastos
Plaza Virgen de la Antigua, s/n
19001 Guadalajara