Mi madre es de la montaña leonesa, en concreto de Laciana. La
falta de oportunidades la trajo a Madrid, como a tantos otros. Recientemente me
recordaba que cuando pasaba por delante de una vaquería en la capital, en
concreto del barrio de Usera, buscaba con la mirada el establo, con el recuerdo
fresco de cuando siendo niña ordeñaba a las vacas y las subía al monte a pastar. También en la ciudad de Madrid, y hasta no hace tanto tiempo, llegó haber censadas 14.000 vacas repartidas en cientos
de estas vaquerías, sesenta y seis sólo en el barrio de Carabanchel y formaban
parte de la estampa castiza madrileña.
La “edad de oro” de las vaquerías llegó a su fin cuando se
adoptaron razonables normas de salud e higiene. En 1961 el "Reglamento de
actividades molestas, insalubres, nocivas y peligrosas" prohibió en su art. 13 las
vaquerías dentro del casco urbano de las ciudades de más de 10.000 habitantes,
fijando un plazo de cumplimiento de diez años. Más tarde un decreto de la
Presidencia del Gobierno de 4 de agosto de 1964 estableció que la leche de
consumo en Madrid debería estar pasterizada, envasada y proceder de centrales
lecheras. Arrinconadas por estas normas las vaquerías se cerraron
paulatinamente hasta desaparecer en su totalidad.
Éstas servían a los madrileños leche fresca a granel, sólo
de dos clases, la normal y otra más barata aguada, adelantándose a la “desnatada”. Ni el más mínimo rastro de “bifidus activo”, “calcio plus”, “con fibra”, “naturcol”,
“entera más ligera” y otras sandeces. Tampoco había otras “leches” como las de
soja, avena, almendra, etc., salvo, claro está, las que repartían los agentes
de la autoridad... Entonces no existía el actual discurso de “la leche mata”, en
realidad era un alimento básico y no disponer de ella sinónimo de hijos
pequeños y enclenques. Aunque moleste a algunos la leche está en nuestra dieta
desde que dejamos las cavernas, ligada al nacimiento de la ganadería, que junto a
la agricultura, son las bases de nuestra sedentaria civilización.
Hace unos noventa años,
Leoncio, ganadero natural de Selaya, capital de los sobaos pasiegos, junto a su
pareja Julia, abren al otro lado del arroyo de Abroñigal (hoy entubado bajo la
M-30) una vaquería en el núcleo obrero que había surgido tras la expulsión del
centro de Madrid de las industrias consideradas molestas. Este nuevo barrio,
aunque pertenecía al municipio de Villa de Vallecas, al que pronto superó en
población, estaba separado de Madrid sólo por un puente que pronto le dio
nombre, el Puente de Vallecas. Hoy, incorporado a Madrid desde 1931, el
distrito tiene una población de 233.000 habitantes.
Llamaron a la vaquería “La Tierruca”, expresión empleada por
la emigración cántabra para evocar su patria cuando estaban lejos de ella. Ahí
no acaban las referencias a Cantabria, los dueños encargaron a la fábrica de
azulejos de Enrique Guijo, en el número 80 de la Calle Mayor, un mural cerámico
pintado con escenas pasiegas referidas al ordeño y transporte de la leche. El
buen oficio del reputado ceramista cordobés, responsable de otras maravillas en
Madrid como “Los Gabrieles” y “Antigua Huevería”, convirtió lo que podría haber
sido una vaquería más en un regalo visual para sus clientes.
Hacia 1953, los dueños traspasaron por cien mil pesetas,
todo un capital para la época, el negocio a Pedro y Micaela. La pareja venía de
Guadalajara pero Pedro era del mismo pueblo que Leoncio y como aquel, también
ganadero. Aquí comienza una segunda vida para la vaquería, la más reciente y
que aún perdura en la memoria de muchos vallecanos. No era la única, en la misma Av.
del Monte Igueldo había otras dos, una en el número 89, donde se encuentra el
“Ahorramás”, y otra en la esquina con Calle de Teresa Maroto. También en las
Calle Argente, Sta. Julia, Lozano, María Encinas...
La parte de "La Tierruca" donde se encuentra el mural cerámico (que da a la Av. del Monte Igueldo) correspondía a vivienda, mientras que vaquería y lechería se orientaban a la más discreta Calle del Hachero. Entre los ilustres residentes una
treintena de vacas que contaban con asistencia veterinaria. La lechería, por
su parte, además de leche ofrecía vino, bollería y otros comestibles. El
negocio no iba mal, el barrio crecía y la idea de “comercio de proximidad”
estaba arraigada. Los vecinos rara vez acudían a comprar a Madrid.
La normativa antes citada cambió la vaquería para siempre,
primero al desaparecer la venta directa de leche, algo que no gustó a muchos
vecinos que siguieron pidiendo la leche sin transformación, y más tarde al
recibir la orden de desalojar los animales coincidiendo con el fin del plazo en
1972. Ese mismo día dio a luz una vaca, quien sabe si el último ternero con DNI
de Madrid. La vaquería se convirtió en tienda de alimentación hasta su cierre
hacia el 2004. Hasta entonces era fácil ver a Micaela departiendo con sus
clientes de siempre. Hoy donde se ubicaba la vaquería hay unos apartamentos.
Pero lo que se mantiene prácticamente intacto es el mural
cerámico. Durante cincuenta años Micaela lo cuidó con esmero, sólo empleaba
agua templada para limpiarlo y pobre de aquel que se acercara con malas
intenciones… Hoy tiene 92 años (definitivamente la leche no debe ser tan
nociva) sigue siendo vecina del barrio y vallecana de adopción. Gracias a su
trabajo y cariño hoy los vecinos disponen de una obra de arte al aire libre.
Espero que también sea consciente de su valor la Junta Municipal y reciba la
debida protección para que se conserve entre nosotros muchos años más.
Mural cerámico de E. Guijo en la Av. del Monte Igueldo
Forja y azulejos tienen alrededor de noventa años
Detalle sobre el transporte de la leche
Mi agradecimiento a
Pedro, hijo de Micaela, por recibirme en el barrio y contarme los secretos de
la vaquería. Espero que esta entrada sirva para mantener el recuerdo de "La
Tierruca" entre todos aquellos vallecanos que no tuvieron la suerte de
conocerla.
Vaquería La Tierruca
Avenida del Monte Igueldo, 103 (esquina con Calle del Hachero)
Barrio de San Diego (Puente de Vallecas)
Barrio de San Diego (Puente de Vallecas)
28053 Madrid
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