En una granja una niña se despierta en plena noche por un
ruido extraño semejante al chillido de un bebé. Se acerca al establo y
sorprende a su tío sacrificando corderos. Abre la puerta del redil para
liberarlos pero se quedan inmóviles. Desesperada coge uno y huye con él pero
hace frío y el animal es demasiado pesado. La historia acaba con la niña en un
orfanato y el cordero en El Asador de Aranda. Esta niña con el tiempo se
convertirá en la agente Clarice y confesará a Hannibal Lecter que todavía se
despierta por las noches y oye chillar a los corderos… en la película la
química entre los actores en esta escena funcionó tan bien que el director no
creyó conveniente filmar la huída de una joven Clarice cordero al hombro.
Este lechazo encontrado en un asador madrileño en el Paseo
de Extremadura es aún más turbador que la historia arriba relatada porque te
invita a comértelo a él, a sus hermanitos o a otros de sus congéneres con un
aterrador y humanizado balido: “veeeen”. De haber dirigido David Lynch “El silencio
de los corderos” a buen seguro que a diferencia de Jonathan Demme sí hubiera
filmado la huida de la pequeña Clarice añadiendo paisajes oníricos, fetichismo
lanar y a este cordero parlanchín en brazos. El resultado más probable de esa
noche es que la agente Clarice hubiera acabado con un trauma infantil de no te
menees reduciendo a sospechosos con jersey de lana y encañonando al conductor
de reparto de Norit. Aterrador.
"♫Beeeeeben y beeeeeben
y vuelven a beeeeeber
los peces en el río...♫"
y vuelven a beeeeeber
los peces en el río...♫"
Paseo de Extremadura, 102
28011 Madrid
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