Siempre he deseado hacer una ruta larga de FEVE. Mi primer recuerdo sobre este proyecto es de hace treinta años cuando en una oficina de FEVE en el barrio de Huertas me obsequiaron con un plano con funda incluida que aún conservo. Desde entonces he realizado rutas parciales, viajes cortos donde me pegaba a la ventanilla disfrutando de las montañas, ríos y pueblos, piezas de un puzle que me hice la promesa de completar algún día. En 2024 cumplí mi propósito con esta primera gran ruta del FEVE entre Ferrol y Bilbao.
¿Qué es el FEVE?
Ferrocarriles Españoles de Vía Estrecha (FEVE) se constituye como empresa pública en 1965 para fusionar todas las líneas con este ancho de vía existentes hasta esa fecha. Las primeras líneas de este tipo surgieron a finales del XIX vinculadas fundamentalmente a la industria ya que la vía estrecha era más barata y se adaptaba mejor que la vía ancha a la orografía montañosa predominante en las zonas mineras. Aunque FEVE no abandonó su perfil industrial el negocio de viajeros fue desde entonces predominante. A pesar de la extinción de la marca FEVE en 2012 (hoy Cercanías AM) sus usuarios aún se refieren a ella como "La Feve".
Plan de viaje
La ruta completa entre Ferrol y Bilbao en "La Feve" se puede hacer en tres días haciendo solo parada en Oviedo y Santander, pero la idea era realizar trayectos más cortos y descansar en pequeños municipios donde poder disfrutar de su atractivo sin agobios: viajar por la mañana, hacer turismo por la tarde y pasar la noche en un hotel. También estaba previsto asegurar una comida y cena en cada lugar de destino para así degustar la gastronomía local y sus especialidades, cosa que se cumplió salvo en Nava donde solo pude cenar porque el tren llega a la villa después de la hora de comer.
En mi caso fueron siete días de ruta con paradas en Viveiro, Luarca, Nava, Unquera y Colindres que se traducen en más de 500 kilómetros, 16 horas de viaje y 165 paradas. Elegí los destinos tanto por su interés como por la distancia entre ellos buscando el equilibrio en la duración de los trayectos. Este plan puedes modificarlo, cambiando una parada por otra, por ejemplo, Viveiro por O Barqueiro o Burela, todo depende de tus gustos. Si quieres puedes añadir tantos días extras como quieras, ampliando y enriqueciendo tu experiencia o incluso puedes hacerla al revés, de Bilbao a Ferrol.
Si me permites un consejo, ten paciencia al elaborar tu plan de viaje. Si tu estación no aparece en el buscador de la Web de Renfe llama a su teléfono y si tampoco disponen de información contacta directamente con la estación de cabecera. Consultando el horario de paso por Nava coincidí con un condescendiente operador telefónico que me espetó, “señor, querrá decir Navia, Nava no existe”. Pensé que me encontraría dificultades organizando mi viaje, pero nunca pensé que me toparía con un negacionista de Nava. No sé qué tendrán que decir los navetos de esto. A pesar de mis demandas esta estación sigue sin existir en el buscador.
Este fue mi plan de viaje:
Día 1: Ferrol 08:20 – Viveiro 10:17
Día 2: Viveiro 10:17 – Luarca 12:55
Día 3: Luarca 12:55 – Oviedo 15:42, Oviedo 16:23 – Nava 17:21
Día 4: Nava 08:54 – Unquera 11:33
Día 5: Unquera 11:33 – Santander 13:34, Santander 13:53 – Treto 15:03
Día 6: Treto 09:10 – Bilbao 11:10
Primera parada. Ferrol (A Coruña)
Mi primera jornada es en Ferrol. Decido pasar un día entero en la ciudad portuaria antes de iniciar la ruta. Dispone de un centro cuyo urbanismo parece dibujado a escuadra y cartabón en época de la Ilustración y del cual brotan una treintena de fachadas modernistas. Recorro este trazado conocido por los ferrolanos como la “tableta de chocolate”, una dulce denominación que abre mi apetito y conduce mis pasos a la “Pastelería Stollen” (Rúa Magdalena, 119) para pedir una porción de picadero. Se trata de un postre local que en tiempos de carestía se elaboraba con sobras de bollería y que hoy se produce con una masa específica. Bocado contundente no apto para paladares finolis con similitudes a los “inglesitos”, postre protagonista en el artículo dedicado en este blog a las pastelerías de San Sebastián y sus especialidades.
La receta más famosa de la ría de Ferrol se localiza en Mugardos. Realizo una excursión desde Ferrol a esta bonita población donde el segundo fin de semana de julio se celebra una feria del pulpo. Este ingrediente es la base de una receta local, el pulpo a la mugardesa, un guiso de pulpo con pimientos y patatas. Plato de origen marinero muy apreciado en el municipio y en especial en la capital, desde donde se desplazan el fin de semana para comerlo. Elijo la “Pulpería La Isla” (Avenida do Mar, 40), local con cuatro décadas a sus espaldas donde me doy un gran festín de pulpo en todas las versiones: a la mugardesa, a la feria, crujiente a la gallega, a la plancha con grelos y en buñuelos con emulsión de salsa mugardesa. Después de aquello temí acabar convertido en Cthulhu para terror y espanto de los parroquianos de Ferrol, algo que, gracias a Dios, no sucedió.
Segunda parada. Viveiro (Lugo)
Comienza la aventura. En la Estación de Ferrol un trabajador informa de una avería en "La Feve”: desconoce la causa, cuántos días se prolongará y la parte del recorrido afectado; el protocolo básico de Renfe para no dar lugar a la esperanza. Un minibús nos recoge a mí, a otro viajero nada sorprendido y al inspector del tren que se convierte en mi héroe sin capa. Como si fuera Keanu Reeves en Speed señala al conductor cómo llegar a las estaciones, recoge a los viajeros al galope y los introduce en el autobús como si la estación estuviera a punto de explotar. En nuestro trepidante recorrido rescata a seis viajeros abandonados a su suerte en pequeñas estaciones sin personal ni medios para informarles de la suspensión. Aprovecho el accidentado recorrido y la tranquilidad de saber que no hay una bomba en el autobús para observar los bonitos paisajes que habría tenido que observar por la ventanilla de un tren como la ría de Ortigueira, el río Baleo o el pueblo de O Barqueiro. Llego a la estación de Viveiro con solo media hora de retraso.
Accedo a Viveiro por una de sus tres puertas monumentales para callejear por la vieja zona intramuros. Una de estas calles, el Callejón del Muro, en origen parte del pasadizo del adarve de la muralla, es considerada la calle más estrecha de España. (Alguien debería publicar un libro resolviendo hitos como qué municipio alberga el edificio más estrecho, la plaza más grande o la calle más corta y a falta de consenso que resuelvan sus diferencias en el Grand Prix.) Lo que es bastante seguro es que Viveiro tiene la mejor merluza de pincho procedente de su puerto de Celeiro. Este fue el primer pescado fresco con marca de garantía en España y cuenta con su propia fiesta el fin de semana anterior al 25 de julio. Degusté la merluza de pincho elaborada a la gallega en el “Restaurante O´Asador” (Rúa Melitón Cortiñas, 15), que cuenta con una carta, producto y servicio magnífico.
Tercera parada. Luarca (Asturias)
Acudo a la estación de Viveiro sin saber si pasaría el tren, pero no importa, me gustan las emociones fuertes. El único movimiento es el de varios operarios que cruzan el andén con caras de inquietud. Había perdido la fe cuando aparece el primer viajero, escudriño su rostro y parece tan relajado como una vaca en una convención vegana y me contagio de su serenidad y esperanza. Poco después llega el tren con puntualidad británica. Ya en el vagón pillo ventanilla y disfruto, ahora sí, de los “paisajes de La Feve”. La línea transcurre paralela a la costa con hermosas vistas a la playa de Covas, la desembocadura de San Cibrao o el puerto de Burela hasta llegar a la ría de Ribadeo donde se aparta del litoral. En la parte asturiana atraviesa, entre otras, las verdes comarcas de Vegadeo, Castropol o Navia. Me bajo en la estación de Luarca, atalaya desde la que atisbo nuevamente el mar.
En el puerto acudo al Restaurante “El Barómetro” (Paseo del Muelle, 5) para probar los calamares en su tinta. Me atiende Marino, un propietario con mucho carisma que repite de memoria todo el pescado del día y al que encuentro esa misma tarde comprando en persona el género para su restaurante en La Rula (el mercado de la cofradía de pescadores) una visita imprescindible. Cierro la tarde en el Museo del Calamar Gigante donde puedes acercarte al mítico kraken sin miedo a ser despedazado, y desde el cambio del museo a una nueva ubicación más elevada, sin riesgo a ser tragado por una ola como sucedió en 2011. Al día siguiente aprovecho que el tren sale más tarde para descubrir las diferentes vistas que de Luarca otorgan cada uno de sus espectaculares miradores.
Cuarta parada. Nava (Asturias)
Como en los días previos llego con antelación a la estación en la que no hay empleados ni viajeros. El edificio cuenta con un gran recibidor cerrado sin señal de actividad alguna. Entre tanto vacío y desolación lo único que falta por allí es que aparezca Clint Eastwood con poncho. A la hora establecida el tren asoma lentamente por el túnel creando un ambiente aún más fantasmagórico. Mi cabeza solo reengancha con la realidad durante el viaje que recorre la costa hasta Muros, lugar donde elige como compañero al río Nalón hasta Trubia y desde ahí dirección a Oviedo. En la capital del Principado hago trasbordo a otro tren que atraviesa las comarcas de Siero y Noreña antes de llegar a Nava. Porque a pesar de lo que digan algunos, Nava existe.
Nava es la Villa de la Sidra. El segundo fin de semana de julio su Festival de la Sidra recibe visitantes de toda Asturias que acuden por sus propios medios o en “sidrotren”, servicio especial de Renfe para la ocasión, algo así como el “tren de la fresa” de Aranjuez pero con más chispa. El resto del año puedes disfrutar de sus llagares, sidrerías y el Museo de la Sidra de Asturias, un enorme espacio con magníficos artilugios originales que hace las delicias por igual de amantes de la sidra y de la maquinaria industrial. Cierro mi jornada en Nava en la tradicional “Sidrería Prida” (Calle la Colegiata, 12) local que participó el pasado mayo en las Jornadas Gastronómicas de Platos a la Sidra. Pruebo un chorizo a la sidra y una tortilla de queso ovín y cecina a la sidra que me devuelven la fe en la humanidad.
Quinta parada. Unquera (Cantabria)
Me informan en la estación de Nava que el tren llegará con retraso. A estas alturas la noticia no me hace ni pestañear. No había acomodado mis posaderas en un banco cuando apareció puntual, para mi sorpresa y del resto de los presentes, en esta ocasión más numerosos que de costumbre al incorporarse un grupo de estudiantes cuyo número superaba el aforo del diminuto tren. Al subir el responsable del grupo recibe una amonestación por parte del revisor por no avisar con antelación y haber convertido su amable convoy en el Metro de Madrid en hora punta. El trayecto atraviesa el centro-oriente asturiano, primero acompañando al río Piloña hasta su desembocadura en el Sella y hasta su salida al mar en Ribadesella y, por último, desde ese punto paralelo a la costa hasta mi destino.
Unquera es un municipio fronterizo en el lado cántabro del río Deva. Su postal más característica es el puente donde un viejo hito marca la frontera entre las dos provincias. La gastronomía de Unquera es una mezcla de la asturiana y cántabra, integración a la que ha ayudado ser punto de paso, parada y fonda muy popular para los que atraviesan la frontera en coche, donde es tradición comprar cajas de su dulce típico, las corbatas, un dulce de hojaldre. Puedes adquirir corbatas de Unquera en varios puntos, pero solo uno mantiene el obrador en el pueblo, “Casa Canal” (Calle Carretera General, 7). Este local, que en 2026 cumple 75 años elaborando corbatas, es un buen punto de partida para iniciar una ruta por los alrededores, en mi caso a la cueva de El Pindal donde sustituyo una triste barrita energética por una empanada y unos sobaos pasiegos porque considero que en todo viaje hay que asumir las costumbres locales.
Sexta parada. Colindres (Cantabria)
Me subo al quinto tren de la ruta en la estación de Unquera. Durante el trayecto el tren se dirige a Cabezón de la Sal, desde allí sigue el cauce del río Saja hasta cerca de su desembocadura, encaminándose a continuación hasta Santander donde hago un trasbordo. El nuevo tren atraviesa Trasmiera hasta llegar a la estación de Treto, parada pero no destino, porque aún debo atravesar a pie el puente sobre la ría para entrar en Colindres. Este municipio además de un atractivo puerto, arenal y marisma cuenta con un pequeño entramado urbano salpicado por casas solariegas, edificios indianos y construcciones con influencias modernistas.
Una de estas obras es “El Rascacielos”, un singular edificio de estilo racionalista construido en 1928 en la zona del puerto. En la actualidad está ocupado por un hotel, una tienda de conservas de pescado y un restaurante que pertenecen a la misma empresa. No te compliques la vida: alójate en el hotel, compra conservas en su tienda y realiza todas las comidas en el restaurante. Entre las opciones más destacables del “Restaurante El Puerto” (Calle la Mar, 29) está el bonito del norte y los bocartes, las dos capturas más importantes en Colindres que es el tercer puerto de Cantabria. Al bonito, que cuenta con una cofradía en el municipio, llego tarde porque han vendido la última pieza del día, pero tengo más suerte con los bocartes, que pruebo en todas sus posibles elaboraciones: fritos, en salazón y en vinagre.
Séptima parada. Bilbao (Vizcaya)
Me subo al último tren con una mezcla de cansancio, emoción y tristeza. Otra vez sin incidencias. Y yo que empezaba a acostumbrarme a vivir al límite y al final ¡ni tan mal! Este trayecto cruza la última frontera del viaje, la de Vizcaya, no una vez sino dos veces porque las vías atraviesan el enclave cántabro del Valle de Villaverde. Si no sabes que es un enclave se trata de una porción menor del territorio de una circunscripción completamente rodeado por el territorio de otra. En España hay 26 y la más famosa es el Condado de Treviño. Además de esta curiosidad geográfica el camino está plagado de caseríos, viñedos y fábricas hasta llegar al Nervión y el majestuoso Estadio de San Mamés, último hito del viaje antes de entrar en el túnel que oculta mi destino en la estación de La Concordia de Bilbao.
Mi último paseo es por esta ciudad que puedes visitar mil veces y nunca deja de sorprenderte. Hago hambre en la Plaza Nueva donde celebran un concurso de queso Idiazábal antes de acudir al “Bar Río Oja” (Txakur Kalea, 4), una taberna de 1959 donde conservan la tradición bilbaína de las cazuelas. Una oportunidad de probar estupendos guisitos que están siendo desplazados por el más turístico pintxo. En este auténtico bar de “txikiteros” pruebo sus legendarias cazuelas de asadurilla, champiñón en salsa y, por supuesto, el rey de la gastronomía bilbaína por antonomasia: el bacalao al pilpil. Aprovecho mis últimos coletazos en la ciudad para comprar turrón y beberme una horchata porque un viaje sin turrón o sin horchata no es un viaje para Capitán Triglicérido.
Regreso a casa con el objetivo cumplido de haber realizado mi primera gran ruta en “La Feve”. Una manera muy diferente de disfrutar del Norte, a fuego lento, entre paisajes de ensueño, disfrutando de una gastronomía deliciosa y un inabarcable acervo cultural. Una vivencia imposible de igualar en ningún otro medio de transporte, viajando sin prisa, dejándote llevar, con tu atención solo pendiente del paisaje. Una experiencia única pero no irrepetible porque ya estoy pensando en la siguiente, la no menos ambiciosa entre León y Bilbao u otra más breve entre Cartagena y Los Nietos. Aún queda mucha vía estrecha por recorrer. Ya os iré contando.
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