El sábado 7 de noviembre de 1970 los trabajadores de la Junta de
Energía Nuclear vertieron por error al alcantarillado madrileño 700 litros de
sustancias radiactivas. El mayor accidente nuclear de la historia de España se
produjo en víspera de domingo; había por tanto que elegir entre activar
el Plan de Emergencia Nuclear o respetar el convenio colectivo. Por
supuesto optaron por lo segundo. Si Jesucristo y sus apóstoles honraron el
domingo como día del reposo quienes eran ellos para contradecirles.
Cuando el lunes se volvió al trabajo, y a la realidad, la
contaminación afectaba al Manzanares, al Jarama y al Tajo hasta su
desembocadura, con especial incidencia en la zona de las vegas
madrileñas. Esos sí durante años las fresitas de Aranjuez superaron en tamaño
al fresón de Palos.
Casi cincuenta años después salgo de casa dispuesto a descubrir
los restos en mi ciudad de aquel antológico cataclismo. Pero antes de llegar a
mi destino mi contador Geiger con sello de garantía de Alibaba comienza a pitar
enloquecido a la altura de la Plaza Mayor, más concretamente a la altura de un
local de paellas regentado por unos insistentes paquistaníes que me conminan
reiteradamente a entrar en su restaurante confundiendo mi estupor por el
aspecto radioactivo de las judías verdes de la fotografía con un interés por
degustar ese “arroz con cosas” digno de la cafetería de la
central nuclear de Springfield. No me tengo por un cobarde pero reconozco
que hui despavorido pues aún no llevaba puesto ni el traje ni las gafas de
protección.
Aún no lo tengo decidido pero creo
que voy a dejar los próximos capítulos de Chernobyl para la semana que
viene.
Esta paella es la bomba
"Todo me recuerda a Madrid"
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