Fue el británico Charles Chaplin quien dijo que la vida, aún
trabajando mucho, sólo daba para ser bueno en una cosa. Yo también soy de la
opinión de que la especialización es el primer paso hacia la excelencia y sino
miren la familia Ruiz-Mateos y Jiménez de Tejada, expertos en fraudes
piramidales y con pardillos siempre dispuestos a invertir en Rumasa, Nueva
Rumasa o Rumasa 3.0... En Vigo hay una familia dedicada a una misma actividad
desde hace cuarenta años pero que, a diferencia de los anteriores, tienen
clientes siempre satisfechos. Los Campos Ferreira preparan tortillas de patatas
en la zona de Churruca desde la década de los setenta en la que recibieron en
traspaso el bar. En marzo de 2015 se trasladaron del viejo local (que urgía de
una reforma integral) a otro en la misma calle un poco más abajo. El nuevo establecimiento que
ocupa en la actualidad el Bar San Amaro no tiene el aire sesentero del original
pero está totalmente actualizado (todo es nuevo desde el salón hasta la cocina)
y decorado con acierto. Sencillo y sin pretensiones conserva esa agradable
atmósfera de casa de comidas familiar. Si hay suerte con el negocio tienen
local para otros cuarenta años...
La matriarca, Carmen, lleva todo este tiempo elaborando tortillas de patatas.
Ni ella sabe cuantas hace cada día. El secreto, aparte de su experiencia, es la
calidad de los ingredientes y que su elaboración se hace en el momento. Se
sirve entera y cuajada al gusto del cliente. Le ayudan dos hijas, María Carmen
y Ana Isabel, criadas al abrigo de los fogones. La carta es pequeña como debe
ser en toda buena tasca: tortilla de patatas, lacón cocido, jamón asado,
chorizo frito, queso tetilla, pimientos de Padrón, ensalada, filete de ternera
y huevos fritos. No sucumben a la moda de las tapas (que llegaron tarde a
Galicia pero con fuerza) porque como ellos afirman: “vendemos barato pero no da
para regalar”. Su salón es un compendio del barrio donde se asienta en el que
se mezclan oficinas, comercios, bares de copas y trapicheo: ricos y pobres,
jóvenes y pensionistas, parejas y familias, empleados y “desocupados”... Entres
sus clientes también vigueses que trabajan en Madrid y que de regreso
sacuden la “morriña” con sus tortillas de patatas (como madrileño puedo
entenderlo) y sus huevos fritos, que también tienen seguidores. Ni rastro de
turistas.
Un consejo: pide un bocata (el de lacón 2,25 euros), baja al puerto y sube a un
ferry por la ría de Vigo.
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